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cha se echó á llorar de alegría. Pasados los ocho dias fingieron sentir tan acerbamente su separacion, que Linda prometió quedarse ocho dias más.

Sin embargo, Linda se fastidaba de no ver á su pobre Fiera, acusándose interiormente del pesar que le estaba causando. A las diez noches de estar en casa de su padre, vió en sueños a la Fiera postrada en el césped del jardin, luchando con la agonía, y echándole en rostro su fea ingratitud. Dispertóse sobresaltada, y decia llorando:

«No tengo entrañas en afligir á una Fiera tan bondadosa conmigo. Es feo, no está dotado de ingenio; pero es un tesoro de virtud, y esto vale más que todo. ¿Porqué no he de casarme? Más dichosa seria yo con él, que mis hermanas con sus maridos. Ni la gala ni el ingenio del marido hacen dichosa á la mujer, si por otra parte no es bueno, amable y virtuoso, y mi Fiera reune todas estas nobles calidades. En verdad que no le amo, pero le profeso estimacion, amistad y agradecimiento. No quiero ser ingrata; toda mi vida me arrepentiria de haberle hecho desgraciado.» Entónces puso el anillo encima la mesa, y se quedó dormida. Al dia siguiente, al dispertarse, vió con alegría que se encontraba en el palacio de la Fiera.

Púsose de mil alfileres para agradarle, y esperó con impaciencia todo el dia; al fin y al cabo dieron las nueve, y la Fiera no pareció. Linda corrió entónces por todos los ángulos del palacio prorumpiendo en gritos desgarradores. Despues de haberlo recorrido todo, acordándose del sueño que habia tenido, fué corriendo al canal, y en-