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gran cofre lleno de trajes de oro guarnecidos de diamantes. Linda dió gracias á la Fiera por su fina atencion, tomó el vestido más sencillo y modesto, y dijo á la criada que guardase los demás, para regalárselos á las hermanas. Apénas acababa de pronunciar estas palabras, que ya el cofre habia desaparecido. Al ver esto díjole su padre que se conocia que la Fiera deseaba que todo sirviese para ella; y al instante el cofre y los vestidos parecieron en el mismo sitio en que ántes se encontraban.

Miéntras estaba Linda en el tocador, mandóse un recado á las hermanas, que al instante comparecieron con sus maridos. Eran muy desgraciadas. La mayor habia casado con un hidalgo lindo como un Adónis; pero tan vanistorio y tan enamorado y tan pagado de su propia estampa, que no se cuidaba mas que de su persona, sin que le importase un bledo la hermosura de su mujer. La otra habia casado con un hombre de mucha travesura de ingenio, pero que solo la empleaba en hacer rabiar á su mujer y á cuantos le rodeaban. Cuando pareció Linda delante sus hermanas, vestida como una princesa, y hermosa como un cielo, la envidia les rallaba las tripas, y más cuando le oyeron contar lo muy dichosa que vivia. Las dos bribonas se fuéron al jardin para llorar á su sabor, y conspirar contra su hermana.

—Procuremos detenerla aquí más de ocho dias, dijo la mayor; y quizás el torpe mónstruo, irritado, la devorará: mimándola mucho, puede que la engatusemos.

Acordado este diabólico plan, subieron arriba, y estuvieron tan cariñosas con Linda, que la pobre mucha-