Linda se puso como una grana al oir estas palabras. Por la mañana, habia visto que su padre estaba enfermo del pesar de haberla perdido, y sentia vivísimos deseos de volver á verle.
—Puedo prometer á V. no abandonarle jamás; pero tengo tantos deseos de volver á ver á mi padre, que me moriría de pesadumbre, si me negase V. esta dicha.
—Prefiero morir yo mil veces, dijo el Mónstruo, ántes que ser causa de tu infelicidad. Te enviaré á casa de tu padre, pero te quedarás allí, y tu pobre Fiera morirá de dolor.
—No tal, dijo Linda sollozando: le amo á V. demasiado para intentar ser la causa de su muerte; le prometo á V. volver dentro ocho dias. Permítame V. permanecer una semana al lado de mi padre, que gime solo y abandonado, pues V. me hizo ver que mis hermanas se casaron y que mis hermanos fuéron al ejército.
—Mañana por la mañana estarás en tu casa; pero acuérdate de que, en queriendo volver, bastará que al acostarte dejes encima la mesa tu sortija. Adios, Linda, dijo la Fiera, suspirando como de costumbre; y Linda se acostó llena de tristeza por haberle ocasionado tanta pena.
Al dia siguiente al despertar se encontró en casa su padre, y llamó con la campanilla á la criada, que al verla dió un grito. El pobre comerciante al oir el grito, compareció al momento, y al ver á su idolatrada hija se le hizo un nudo en la garganta. Más de un cuarto de hora permanecieron abrazados.
Linda queria levantarse, y no tenía vestidos; pero la criada le dijo que en el aposento inmediato habia un