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—Adios, Linda; y salió del aposento, volviendo de cuando en cuando la cabeza para verla.

Al quedar sola, tuvo gran compasion de la pobre Fiera, y dijo en su interior:

—¡Qué lástima que sea tan feo! ¡Tan bueno como es!

Vivió Linda tres meses en este palacio con bastante tranquilidad. Visitábala todas las noches la Fiera, y miéntras cenaba, le daba conversacion, mostrando muy buen juicio, pero sin la menor sombra de lo que en el mundo se llama agudeza de ingenio. Todos los dias iba descubriendo Linda en el Mónstruo nuevas apreciables prendas; familiarizándose con su fealdad, léjos de repugnarle sus visitas, muy frecuentemente miraba en el reloj si habian dado las nueve; porque esta era la hora en que ni una sola vez habia dejado de presentarse la Fiera.

Mas lo que á Linda causaba mucha pena era el ver que un dia y otro dia no cesaba el Mónstruo de preguntarle si queria ser su esposa, y que parecia penetrado de un dolor agudísimo cuando ella le contestaba que no. Cierto dia le dijo:

—Estoy llena de afliccion, querida Fiera; yo quisiera poder casarme con V., y soy demasiado sincera para decir que lo crea posible; mas lo que si prometo á V. es ser siempre su mejor amiga.

—Sé juzgarme sin pasion, respondió la Fiera; por mucho que te adore, no dejo de conocer que soy muy horrible: prométeme al ménos que no me abandonarás nunca. ¡Si quisieras quedarte á vivir conmigo, sería yo tan feliz!