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no es probable que se hubiese despilfarrado con tanta profusion. Esta idea reanimó algun tanto su valor. Abrió la biblioteca y vió un libro con unas letras de oro que decian: Desea, manda: eres aquí la reina, y señora de todo. ¡Ay! dijo suspirando, lo que yo quisiera es ver á mi pobre padre, y saber lo que hace en estos momentos. Apénas habia cruzado esta idea por su imaginacion, cuando al fijar los ojos en un espejo, dentro del cristal vió con asombro su casa, y á su padre que á los umbrales llegaba profundamente afligido: las hermanas le salieron al encuentro; y á pesar de las muecas que hacian para demostrar que estaban muy dolorosamente afectadas, no eran dueñas de ocultar la alegría que les ocasionaba la pérdida de su hermana. Al cabo de un instante desapareció todo, Y concibió Linda alguna esperanza de que ningun daño habia de causarle la Fiera, que tan complaciente con ella se manifestaba.

Al medio dia encontró puesta la mesa, y durante la comida, sin que nadie pareciese, oyó un delicioso concierto. A la noche, al tiempo de sentarse á la mesa, vió entrar á la Fiera, y no pudo ménos de estremecerse.

Linda, le dijo el mónstruo, ¿me permitirás que te vea miéntras cenas?

—V. es quien debe mandar, contestó Linda temblando.

—No, replicó la Fiera; nadie debe mandar aquí mas que tú. Si te fastidio, díme que me vaya, y te obedeceré al instante. ¿No es cierto que te parezco muy feo?

—Cierto, dijo Linda, porque yo no sé mentir; pero en cambio, me parece V. muy bueno.