á Linda, la cual, noticiosa de que dos hidalgos aspiraban á la mano de sus hermanas, rogó á su padre que las casase. Porque bueno es saber que á pesar de la condicion perversa de las tales hermanas, la bondadosa Linda las queria entrañablemente. Este par de bribonas, luego que su hermana y su padre volvieron la espalda, para que les llorasen los ojos, se los frotaron con cebolla; pero los hermanos y el comerciante lloraban hilo á hilo, y muy de véras.
El caballo se fué por sus pasos al palacio, que al cerrar la noche apareció iluminado como la primera vez, y derechito al establo. El padre entró con su hija en el gran salon, donde estaba puesta una magnifica mesa con dos cubiertos. No tenia ganas de comer, ni ánimo; pero Linda, haciendo mil esfuerzos por parecer tranquila, se sentó á la mesa, é hizo plato para los dos. Luego decia en su interior: «Parece que la Fiera desea ponerme gorda, porque me trata como cuerpo de rey.»
No bien acabaron de cenar, sonó un espantoso ruido, y creyendo el comerciante que lo causaba la Fiera, hecho un mar de lágrimas dió un adiós á su hija. Al ver Linda aquella horrible figura, se le heló la sangre en las venas; mas procuró serenarse y hacer de tripas corazon. Preguntóle el Mónstruo si habia venido de buena voluntad, y ella, trémula como la hoja, contestó que sí.
—Eres buena, dijo la Fiera, y te lo agradezco. Amigo, dijo al comerciante, mañana puedes marcharte, y no te acuerdes de parecer por acá. Adios, Linda.
—Dios guarde a V., señora Fiera, dijo Linda; y el mónstruo se retiró.