na, y no descubrió ni pizca de nieve; ántes bien se ofrecieron á su vista umbrosas calles de árboles cargados de flores, que era un encanto. Entró en el salon en donde habia cenado la noche anterior, y vió en una mesecita un enorme tazon de chocolate. «Mi querida Hada, dijo en alta voz, muchas gracias por haberte acordado de mi desayuno.»
El buen hombre, despues de dar el último sorbo á la jícara, salió en busca de su caballo. Al pasar por una calle de rosales, se acordó del encargo de Linda y cortó un ramo en que habia una porcion de rosas. En esto que oye sonar un grande estruendo, y ve venir una fiera tan horrible, que lo mismo fué verla, que no quedarle gota de sangre en el cuerpo.
—Eres un ingrato, dijo la fiera con una voz terrible; te he salvado la vida concediéndote hospitalidad, y en pago te atreves á robar mis rosas que es lo que más amo en la tierra. Con tu sangre has de expiar tamaño ultraje. Un cuarto de hora te concedo: encomienda tu alma.
El comerciante cayó de rodillas, y juntando las manos dijo á la Fiera:
—¡Perdon, perdon, caballero! No creí que por coger una rosa, que una de mis hijas me habia encargado, pudiera causar á V. la menor ofensa.
—¡Qué caballero ni qué haca! contestó el Mónstruo; yo no me llamo caballero, sino Fiera; y no gusto de lisonjas. Me has dicho que tenias hijas. Bueno: no me niego á perdonarte con tal de que una de tus hijas venga á morir en tu lugar. Punto en boca, vete; pero ántes