por el auxilio que le enviaba, y se dirigió al castillo. Causóle mucha sorpresa no encontrar á nadie en los patios. El caballo, que seguia detrás, vió abierto un establo y se coló dentro, como Pedro por su casa; encontró heno y avena, y como el pobre animalito venía muerto de hambre, dióse mucha prisa á matarla sin gastar cumplimientos. El comerciante dejó atado á una estaca el caballo, y entró en la casa, en donde no encontró alma viviente. En un salon espacioso vió una chimenea encendida, y una mesa cuajada de sabrosas viandas y con un solo cubierto. Como el buen hombre estaba calado hasta los tuétanos, se acercó á la lumbre para secarse, y dijo en sus adentros: «El dueño de la casa y los criados, cuando vengan, tendrán que perdonarme la franqueza que me tomo.»
Estuvo aguardando un buen rato, pero como eran ya las once y nadie parecia, y como por otra parte le ladraba el estómago más de lo regular, temblando de miedo cogió un pollo, y en dos bocados dió cuenta de él; bebió un poco de vino, y cobrando más ánimo, salió del salon y recorrió muchos aposentos magníficamente alhajados.
En una de las habitaciones encontró una cama excelente, y como era ya media noche, rendido de cansancio como estaba, tomó la prudente resolucion de cerrar la puerta y de acostarse.
El dia siguiente, al despertarse, sorprendióle en extremo el encontrar un vestido nuevo y limpio en lugar del suyo, roto y lleno de barro. «Seguramente, dijo para sí, vive en este palacio alguna bondadosa hada que se ha compadecido de mi situacion.» Asomóse á la venta-