—Lo mando, dijo la reina (y lo dijo con un tono de ogra hambrienta de carne fresca); quiero comerla en salsa de mostaza con un poco de cebolla y vinagre.
El mayordomo, sabiendo que no era cosa de burlarse con las ogras, cogió su cuchillo, y subió al aposento de Aurorita. La niña, que no pasaba de cuatro años, saltando y riendo fué á colgarsele del cuello, y le pidió un cho-cho. El buen hombre se echó á llorar, y le cayó de las manos el cuchillo. Bajó al patio, degolló un corderito, y le condimento tan perfectamente, que su señora le aseguró no haber probado en sus dias un bocado tan rico. El mayordomo se llevó al mismo tiempo á Aurorita, entregándola á su mujer para que la ocultase en un aposento que estaba en lo más apartado del corral.
Al cabo de ocho dias, la perversa reina dijo á su mayordomo:
—A la cena quiero comerme á Lucerito.
El mayordomo, resuelto á burlarla por segunda vez, calló el pico, y fué en busca de Lucerito, á quien encontró con un florete en la mano, esgrimiéndolo contra un mono muy grandon: el rapazuelo, no tenia mas que tres años. Llevóle á su mujer que le ocultó en el mismo aposento en que estaba Aurora, y en lugar de Lucero, presentó á la mesa un cabritillo muy tierno, con el cual se saboreó la ogra, relamíéndose de gusto.
Hasta entónces todo habia salido á pedir de boca; pero una tarde, la bribona de la suegra dijo al mayordomo:
—Quiero comer á la reina, aderezada con la misma salsa que sus hijos.