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La reina, con ánimo de sondear el corazon de su hijo, decíale muchas veces que estaba muy puesto en razon que los jóvenes se divirtiesen; pero ya se guardó él de revelarle nunca el secreto. Aunque amaba á su madre, la temía; porque era descendiente de una familia de ogras, y solo por sus muchas riquezas podia haberle dado el rey la mano de esposo. Susurrábase en la córte que la reina conservaba todos los instintos de su raza, y que en viendo niños, tenia que reprimirse y violentarse para no hincarles el diente. Por todas estas razones el príncipe se aguantó, é hizo bien en callarse. Pero luego que el rey hubo pasado a mejor vida, que fué á los dos años, el príncipe, hallándose ya en posesion de la corona, hizo público su casamiento, y con mucha pompa y solemnidad fué á buscará la jóven reina á su castillo. La capital hizo un recibimiento magnífico a su nueva soberana, que se presentó en medio de sus dos hijos.

Pasado algun tiempo el rey salió á guerrear contra el emperador de Cantalabuta, vecino suyo. Encargó la gobernacion del estado á su madre, recomendándole muchísimo á su mujer y á sus hijos. Debia permanecer en campaña todo el verano; y apénas volvió la espalda, cuando la reina madre envió á su nuera y á sus nietecitos á una casa de campo rodeada de bosques, para poder saciar con toda comodidad su brutal gula. A los pocos dias se fué tambien á la casa de campo, y dijo á su mayordomo:

—Mañana á la comida quiero comerme a mi nietecita Aurora.

—¡Señora! exclamó horripilado el mayordomo.