Página:Cuentos de hadas.djvu/148

Esta página ha sido validada
— 126 —

tillo que al extremo de una larga alameda se divisaba, y con no poca sorpresa vió que ninguno de su comitiva había podido seguirle, porque los árboles habian vuelto á juntarse en el mismo instante de haber él pasado. No se empachó por esto, ni se detuvo: á un príncipe jóven y enamorado le sobra siempre audacia. Entró en un gran patio, y era cosa de quedarse helado de espanto ante el espectáculo que se ofreció á su vista. Reinaba un silencio espantoso: todo presentaba la tristísima imágen de la muerte; no se veian más que cuerpos de hombres y animales tendidos por el suelo como cadáveres. Sin embargo, por las granujientas narices y sonrosados mofletes de los porteros conoció que solo estaban dormidos; y algunas gotas de vino que en el fondo de sus copas se conservaban todavia, daban claras señales de haberles cogido el sueño empinando el codo.

Cruzó por un gran patio enlosado de mármol, subió por la escalera y penetró en la sala de los guardias, que alineados en formacion y con la carabina al hombro, roncaban como unos priores. Atravesó muchas habitaciones llenas de gentil hombres y damas, dormidos todos como lirones, quién en pié, quién sentado. Entró en un aposento que parecia un ascua de oro, y en un lecho cuyas colgaduras estaban elegantemente recogidas, se ofreció á su vista un espectáculo como nunca en su vida lo hubiese podido imaginar: una princesa, al parecer de quince ó diez y seis años, cuyo resplandor vivísimo parecia el divino resplandor de los cielos.

Acercóse temblando y lleno de asombro, y se hincó de rodillas al lado de la cama. Entonces, deshecho el en-