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sentir el contacto de la varilla que quedarse todo vicho viviente roncando a pierna suelta para no despavilarse los ojos hasta que despertase su señora, y estar dispuestos a servirla en lo que fuese menester.

Los asadores que estaban al fuego llenos de faisanes y perdices se durmieron tambien, y hasta el fuego mismo (no es broma), se quedó dormido. Todo fué obra de un momento. ¡Bonitas son las hadas para estarse mano sobre mano y andarse en dibujos!

Entónces el rey y la reina, despues de haber sellado un beso en la frente de su querida hija, sin que por esto se dispertase, salieron del alcázar, y expidieron órdenes prohibiendo la entrada en él á todo el mundo. Bien que maldita la falta que hacia semejante precaucion; porque en menos de un cuarto de hora brotó al rededor de los jardines y avenidas tanta aspereza de árboles grandes y pequeños, de zarzas y cambroneras entrelazadas y enredadas unas con otras de tal suerte, que era imposible que por allí penetrasen ni las mismas lagartijas: tan solo se descubrian las almenas de las torres, y esto desde alguna distancia. A nadie quedó la menor duda de que la señora hada habia hecho otra de las suyas para que durante el sueño estuviese la princesa segura y exenta de las indiscreciones de los curiosos y mal entretenidos.

Al cabo de los cien años, el hijo del rey que entónces ocupaba el trono, y que pertenecía á una familia distinta de la de la princesa dormida, salió á cazar por los al rededores del castillo, y preguntó qué eran aquellas torres que se descubrian por encima de un grande y espesísimo bosque. Cada cual le contestó segun lo que habia