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yo, luego que me haya comido el gato y que de su pellejo me haya hecho un manguito, no tendré mas remedio que morirme de hambre.»

El gato oyó estas razones, mas sin hacer alto en ellas, dijo á su dueño con mucha calma y gravedad:

—No hay que apurarse, mi amo: déme V. un saco y un par de botas para andar por los jarales, y V. vera que no es tan despreciable como a V. le parece la porcion que le ha tocado.

Aunque el amo del gato no hiciese ningun caso de semejantes palabras, eran tantas las habilidades y diabluras que le habia visto poner en juego para coger ratones, como lo de colgarse por los piés, ó lo de esconderse en la harina haciéndose el muerto, que no desconfió de que algun día habia de prestarle algun alivio en su miseria.

Cuando el gato tuvo a su disposicion lo que habia pedido, se calzó sus botas muy bonitamente, y colgándose el saco al hombro y asiendo de los cordones con sus dos patitas de delante, se encaminó á un soto muy poblado de conejos, metió en el saco salvado y cerrajas, tendióse en el suelo haciendo la mortecina, y se quedó atisbando si algun conejo poco experto en los trampantojos y embustes de este pícaro mundo venia a meterse en el saco para comerse lo que contenia. Apénas acababa de tenderse, cuando cantó victoria: un atolondrado gazapo se coló en el saco, y maese gato, tirando de los cordones, lo cogió y lo mató.

Muy ufano con su presa, fuese al palacio del rey y le pidió audiencia. Permitiósele subir á la real cámara,