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que las llevaba; de modo que le caian que ni pintadas. Fuése corriendo a la casa del ogra, en donde encontró a la mujer que al lado de sus hijas degolladas estaba llorando, y le dijo:

—Su marido de V. se encuentra en inminente peligro, porque ha caido en las uñas de una cuadrilla de ladrones, que han jurado asesinarle si no suelta todo el oro y la plata que posee. Al verse con el dogal á la garganta, me suplicó que viniese á participar a V. el terrible trance en que se encuentra, y á decirle que me dé V. todo lo que valga la pena, sin ocultar nada, porque de otra suerte son tan desalmados que le harian jigote. Como el negocio urgía, y los ladrones no tienen espera, mandóme que me pusiera las botas de siete leguas para poder venir volando, y para que no me tomase V. por un estafa.

La buena mujer, toda asustada, le dió cuanto tenia; porque el ogra, a pesar de comerse los niños, no dejaba de ser un excelente marido. Caga-chitas, cargando á cuestas con todos los tesoros del ogra, regresó á casa de sus padres, que le recibieron con los brazos abiertos.

Discuerdan los autores acerca de este último punto: algunos afirman que jamás cometió Caga-chitas semejante robo, pues si bien es cierto que no habia tenido ningun escrúpulo de conciencia en robar las botas, dicen que fué porque el ogra se servia de ellas para atrapar á los pobres niños. Los que de este modo opinan, aseguran saberlo de muy buena tinta, por haber comido y bebido en la misma mesa del leñador, Añaden tambien que Caga-chitas luego de haberse calzado las botas del ogra, se fué a la córte, en donde supo que reinaba grande conster-