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 Luego que Caga-chitas oyó roncar al ogra, dispertó a sus hermanos, y les dijo que al instante se vistiesen y se fuesen tras él.

Bajaron muy pasito al jardin, y saltaron por las tapias.

En toda la noche no hicieron mas que correr, pero temblando de miedo, y sin que materialmente supiesen hácia dónde los pies los llevaban.

El ogra dijo al despertarse a su mujer:

—Anda, sube arriba y avía pronto a esos pobres diablos.

La mujer del ogra se quedó atónita de la mansedumbre de su marido, no entendiendo, como no entendia, lo que quiso decir con lo de aviar á los chiquillos, y persuadida de buena fe que le mandaba ir á vestirlos. Subió arriba y quedó helada de espanto al ver á sus siete hijas degolladas y anegadas en un lago de sangre. Lo primero que hizo fué desmayarse (imprescindible expediente que en casos tales tienen siempre á la mano las mujeres). El ogra, temiendo que su mujer no tardase demasiado en hacer el guisado que acababa de encargarle, subió arriba con ánimo de ayudarla. No quedó ménos aterrado que su mujer en presencia de aquel horrible espectáculo, y trémulo de coraje exclamó:

—¡Qué demonio he hecho! ¡Voto á sanes! que esos bribones me la tienen que pagar, y ahora mismo.

Sin perder tiempo echó un jarro de agua fria á las narices de su mujer, y viendo que habia recobrado los espíritus le dijo: