El labrador cerró la puerta, y Chilindrina se emberrenchinó tanto al ver que le negaban lo que con tan buenos modos habia pedido, que empezó á gritar:
—¡Anda enhoramala, vejete ladron! ¡Llévense tu boda los diablos del infierno!
Al momento sonó un rumor extraño debajo tierra. Salieron de su centro millares de demonios, que derribaron las puertas de la alquería, y cargaron con el novio, con la novia, con el padre, con la madre, con los hermanos, con las hermanas, con los primos, con los tios, con las tias, con los nietos, con los sobrinos, y con todos los convidados.
Chilindrina, asustado con la inesperada visita de aquella legion de demonios, puso piés en polvorosa, y ¡arre, que te pillan! no paró de correr hasta el rayar del alba, que llegó al portal de una casucha vieja. Esta casucha parecia deshabitada; no obstante, habia en ella una mesa, un asiento de madera y un espejo. Chilindrina se miró en el espejo, y notó que á ojos vistas iba perdiendo el color. Quedóse como alerrado; y acordándose entónces de las palabras de su madrina, se echó a llorar.
—¡Dios mio! decia para sí, soy un malvado: con mi imprudencia y con mi negro humor he causado la desgracia de toda una familia. Héme ahora en esta pícara casucha. ¿Qué hacemos? ¡Las tripas me estan dando un tole, tole, que ya, ya! ¡Oh! ¡quién estuviera ahora en un buen meson!» Tú que tal dijiste. De repente aparece un espacioso hogar con un gran fuego, y delante muchos asadores cargados de liebres, piernas de carnero, galli-