rodeaba se trasformó en tales términos, que ya no sabía por dónde andaba ni dónde sentaba los piés. «¡Vaya un capricho el de mi señora madrina! decia caminando. ¿A qué viene ponerme á prueba? ¿No he sido siempre un guapo muchacho, despejado, y manso como un cordero? ¡Demasiado bueno! ¿Busco yo acaso cinco piés al gato, ni armo camorras con mis camaradas? Ellos sí que me buscan y me hacen rabiar.»
Así discurren, hijos mios, los muchachos rebeldes y cascarrabias: se les figura que todo el mundo se levanta contra ellos, cuando son ellos los que á todo el mundo molestan y martirizan.
Al anochecer llegó Chilindrina á una alquería, dentro de la cual oyó mucha bulla y ruido de gente que andaba acá y allá. Llegó tambien á sus narices cierto olorcillo á carne asada, que le recreó el olfato y le despertó el apetito.
—¡Ea! dijo para su capote, llamemos: á ver si me dan de cenar y cama.
Coge la aldaba, y tras, tras, tras.
Un viejo abre la puerta.
—¿Qué quieres, hijo mio?
—¿Qué quiero? ¡Vaya una pregunta! Me parece que á estas horas lo que debo querer es hospedaje.
—No puedo ofrecértelo, hijo mio; porque es el caso, que hoy celebramos las bodas de mi hija, y está la casa tan atestada de gente, que no sé dónde colocarla. A no dar esta casualidad, con mucho gusto te hubiera hospedado. Anda un poco mas, y no faltará quien te recoja. Buenas noches.