—Si, compañero—me dice. Libre de veladas ridículas, de amores cerebrales y ceños fruncidos... ¿Se acuerda?
Mi cara no debe expresar suprema alegría, porque el taimado galeno se echa a reir y agrega:
Le vamos a dar en cambio una compensación...
Los Funes han vivido estos quince días con la cabeza en el aire, y no extrañe pues si han olvidado muchas cosas, sobre todo en lo que a Vd. se refiere... Por lo pronto, hoy cenamos allá. Sin su bienaventurada persona, dicho sea de paso, y el amor de marras, no sé en qué hubiera acabado aquello... ¿Qué dice Vd.?
—D go—le he respondido—que casi estoy tentado dle declinar el honor que me hacen los Funes, admitiéndome a su mesa...
Ayestarain se echó a reir.
¡No embrome!... Le repito que no sabían dónde tenían la cabeza...
. 219 —Pero para opio, y morfina, y calmante de mademoiselle, sí, ¿eh? ¡Para eso no se olvidaban de mi!
Mi hombre se puso serio y me miró detenidamente.
Sabe lo que pienso, compañero?
—Diga.
—Que usted es el individuo más feliz de la tierra.
—¿Yo, feliz?...
—O más suertudo. ¿Entiende ahora?
O Y quedó mirándome. ¡Hum!—me dije a mí mismo:
O yo soy un idiota, que es lo más posible, o este galeno merece que lo abrace hasta romperle el termómetro dentro del bolsillo. El maligno tipo sabe más de lo que parece, y acaso, acaso... Pero vuelvo a lo de idiota, que es lo más seguro.