Debo veinte pesos todavía... El sábado entregué... Me hallo muy enfermo...
—Sabés bien que mientras tu cuenta no esté pagada, debés quedar. Abajo... podés morirte. Curate aquí, y arreglás tu cuenta en seguida.
¿Curarse de una fiebre perniciosa, allí donde se la adquirió? No, por cierto; pero el mensú que se va puede no volver, y el mayordomo prefería hombre muerto a deudor lejano.
Podeley jamás había dejado de cumplir nada, única altanería que se permite ante su patrón un mensú de talla.
¡No me importa que hayas dejado o no de cumplir ! replicó el mayordomo. ¡Pagá tu cuenta primero, y después hablaremos!
Esta injusticia para con él creó lógica y velozmente el deseo del desquite. Fué a instalarse con Cayé, cuyo espíritu conocía bien, y ambos decidieron escaparse el próximo domingo.
Ahí tenés!—gritóle el mayordomo esa misma tarde al cruzarse con Podeley.—Anoche se han escapado tres... ¿Eso es lo que te gusta, no?; Esos también eran cumplidores! ¡Como vos! Pero antes vas a reventar aquí, que salir de la planchada! ¡Y mucho cuidado, vos y todos los que están oyendo! ¡Ya saben!
La decisión de huir y sus peligros—para los que el mensú necesita todas sus fuerzas—es capaz de contener algo más que una fiebre perniciosa. El domingo, por lo demás, había llegado; y con falsas maniobras de lavaje de ropa, simulados guitarreos en el rancho de tal o cual, la vigilancia pudo ser bur