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Historia de una madre

tiempo que ponía el mayor cuidado en no ajar ninguno de los menudos y delicados pétalos. Entonces la Muerte tomó el partido de soplar sobre las manos de la madre, la cual se las sintió caer desfallecidas, porque el aliento de la Muerte es más frío y helado que los vientos del más riguroso invierno.

—«Tú nada puedes en contra mía,» dijo la Muerte. Dios puede más que tú,» repuso la madre.

—«Es cierto; pero yo cumplo sus mandatos, á fuer de jardinero puesto á sus órdenes. Todas esas flores, todos esos árboles y matas cuando ya no pueden vivir en el invernadero, los trasplanto á otros jardines y entre ellos al grandioso é inmenso paraíso, comarcas desconocidas, en las cuales ni tú sabes lo que ocurre, ni puedo decirtelo.»

—«¡Compasión! ¡Ay de mí! gritó la madre. No me arrebates á mi hijo, ahora que he tenido la dicha de encontrarlo.»

La suplicante madre gemía amargamente y la Muerte permanecía impasible, por lo que llevando aquella la mano sobre dos flores brillantes y magníficas, dijo á la Muerte:

—«Pues bien, ya que nada te dice la desesperación de una madre, yo arrancaré esas dos flores y haré lo mismo con las restantes, devastando todo este jardín.»

—«Detente, gritó la Muerte. Y tú, madre desgraciada, ¿no reparas en destrozar el corazón de otras madres?»

—«Otras madres!» murmuró la pobre mujer, apartando las manos de las flores.

—«Toma, dijo la Muerte: toma tus ojos; los he visto en el lago: brillaban con tanta dulzura, que no he podido menos que recogerlos. No sabía que fuesen los tuyos. Recóbralos y mira al fondo de ese pozo. Ahí verás lo que habrías destruído destruyendo esas flores. En los reflejos del agua verás la suerte re-