—«La Muerte entró en tu casa, le dijo la desconocida. Yo la he visto salir llevándose á tu hijo; pero la Muerte corre más que el viento y no suelta nunca su presa.»
—«Dime sólo una cosa, dijo la madre. ¿Qué dirección ha tomado? Dímelo, te lo suplico; dímelo y yo sabré alcanzarla.»
—«Conozco el camino por donde se ha ido, contestó la enlutada mujer; pero antes de indicártelo necesito que me dejes oir todas las canciones que cantabas á tu hijo. Estas canciones me agradan y tu voz me enamora. Yo soy la Noche, te he oído cantarlas varias veces y he visto correr tus lágrimas cuando las cantabas.»
—«¡Oh! Yo las cantaré todas, todas enteramente, pero será después, dijo la madre. Ahora, no me entretengas, déjame alcanzar á la Muerte y recobrar al hijo de mis entrañas.»
La Noche permaneció muda é impasible y la pobre madre juntando las manos y llorando á mares, se puso á cantar. Muchas fueron sus canciones; pero hubo en ellas más lágrimas que palabras.
Por fin le dijo la Noche:—«Anda, en línea recta hacia el sombrío bosque de abetos: por allí ha huído la Muerte con tu hijo.»
La madre salió disparada hacia el bosque; pero á lo mejor se encontró con que el camino se bifurcaba y se quedó perpleja, no sabiendo qué dirección tomar. Había por allí un, espinoso zarzal sin hojas ni flores, y como esto pasaba en lo más crudo del invierno, gruesos carámbanos colgaban de sus desnudas ramas.
—«¿Has visto á la Muerte llevándose á mi hijo?>> le preguntó la madre.»
—«Sí, contestó el zarzal; pero no te indicaré el camino que ha tomado, sino con una condición; has de calentarme en tu seno: me muero de frío.»