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La Pulgarcilla

—«¡Quién sabe! pensó. Quizás sea uno de los gentiles pajaritos que me saludaron con sus gorjeos, cuando bajaba por el arroyo sobre la hoja de nenúfar!»

Después de recorrer el laberinto de corredores que conducían á la vivienda del topo, éste acompañó á sus dos vecinos hasta la puerta de su casa y se volvió á la suya. Cerró la noche y la Pulgarcilla no pudo pegar los ojos pensando de continuo en la desventurada golondrina. Para entretener su insomnio, se levantó y trenzó un tapiz con tallos de heno, lo rellenó de pistilos de flores que fué á buscar á la farmacia de la rata, y cuando lo tuvo todo dispuesto, envolvió con este suave abrigo, á guisa de sudario, el cuerpo de la golondrina.

—«¡Adiós, hermoso pajarillo! dijo. El corazón me está diciendo que tú fuiste uno de los que, con tanta alegría, durante el verano y mientras permanecí en el bosque hicieron mis delicias.» Y diciendo estas palabras apoyó su frente sobre el pecho de la golondrina. Esta empezó á menearse y acabó por reanimarse completamente, pues no estaba muerta, sino aletargada por el frío.

En el último otoño, cuando las demás golondrinas partieron en busca de climas más benignos. se quedó algo rezagada, el frío la sorprendió y á