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La Pulgarcilla

entrada. «No os hará nada, dijo, debe haber muerto de frío la última noche.»

El topo cogió con los dientes un trozo de madera podrida y lo hizo servir de linterna en la oscuridad, precediéndoles y alumbrando con él los largos y sombríos corredores. Al llegar al sitio donde yacía el pájaro, apoyó su fuerte hocico contra el techo y dando con él una brusca sacudida, levantó la tierra por el agujero resultante penetró la luz del día sobre el pájaro. Era éste una hermosa golondrina, con las alas apretadas en los costados y la cabeza y las patas ocultas bajo las plumas, señal evidente de que había muerto de frío.

Este espectáculo conmovió profundamente á la Pulgarcilla. ¡Pobrecita! quería tanto á los pájaros, que con sus picos le decían cosas tan findas y que habían alegrado su soledad durante todo el verano! Pero el grosero topo empujó a la golondrina con sus ganchudas patas, diciendo:

—«Ya no silbará más. ¡Qué miserables son los pájaros! Durante el verano, se ponen llenos de orgullo y atruenan el aire y aturden á todo el mundo con sus piadas; pero el invierno les pilla desprevenidos y revientan de hambre ó de frío.»

—«Habláis como un libro, contestó la rata, que se pagaba también de tener un espíritu muy práctico. Mientras dura el buen tiempo, no piensan más que en divertirse sin cuidarse de hacer provisiones para el invierno; por cierto que he oído decir que entre los hombres pasa dos cuartos de lo mismo y hasta que es tenido como cosa de buen gusto eso de vivir así á la buena de Dios, dándose aires de poderoso.»

La Pulgarcilla no dijo una palabra; pero apenas sus compañeros hubieron vuelto la espalda, se inclinó sobre la golondrina,, separó las plumas que cubrían su cabeza y depositó un beso en sus ojillos cerrados.