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La Pulgarcilla

—«¡Qué bonita es! dijo. La casaré con mi hijo.>> Y cogiendo la cáscara de nuez en que descansaba la niña y saltando por el mismo agujero por donde había entrado, se la llevó al jardín. Allí en un ancho arroyo con honores de pantano, vivía el sapo con su hijo, que era por lo menos tan feo y repugnante como su padre.

—«Coac, coac, breke-kek» fué lo único que supo decir el sapo joven, al ver á la incomparable criatura dormida en la cáscara de nuez.

—«Cuidado, dijo el viejo, no grites, que podrías despertarla y se nos escaparía, pues has de entender que es tan sutil y ligera como el plumón del cisne. Vamos á colocarla sobre una de esas anchas hojas de nenúfar que crecen en medio del arroyo; allí estará como en una isla y no podrá escurrirse. En tanto iremos nosotros á preparar nuestra casa al fondo del pantano, para recibirla dignamente y celebrar las bodas.»

Dicho y hecho: el sapo con la mayor delicadeza dejó la cáscara en el hueco que formaba una gran hoja de nenúfar sobre la superficie del agua y á mucha distancia de anibas orillas, y después se zambulló en compañía de su hijo.

Por la mañana, muy temprano, despertó la Pul-

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