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El niño en la tumba

—«Son mis hermanitas, dijo el niño: no las olvides, madre mía.»

Por primera vez se acordó de los seres que le quedaban en el mundo, y sobrecogida de angustia, dirigió los ojos á lo alto y divisó un espeso enjambre de seres aéreos que revoloteaban hacia la cortina, tras de la cual desaparecían. Entre ellos le pareció reconocer á muchas personas que había visto en la tierra. ¿Iban á pasar con ellos su marido y sus hijas dirigiéndose para siempre al reino de la eternidad? No: sus gritos y suspiros procedían del otro lado de la bóveda.

—«Madre mía, dijo el niño, ya resuenan las campanas celestiales, ya sale el sol.»

Un rayo de luz maravillosa vino á deslumbrarla. Al abrir de nuevo los ojos, el niño había desaparecido y se sintió elevada al aire. Tuvo frío, levantó la frente, miró á su entorno y se encontró en el cementerio, sobre la tumba de su hijo. Había tenido un sueño, una visión, de la cual se había valido Dios para iluminar su inteligencia y fortalecer su espírita. Arrodillóse y dijo una oración:-«Señor, perdóname si quise retener en el mundo un espíritu celeste; perdóname por haberme olvidado de los seres que tu bondad confía á mi cuidado.»

Con esto se sintió el corazón aliviado. Había amanecido: el sol remontaba el horizonte, cantaban los pajarillos y las campanas de la iglesia señalaban la misa matinal. La solemnidad de aquellos momentos acabó de apaciguar las torturas de su espíritu.

Regresó á su casa apresurada: su esposo dormía aún y le despertó dándole un beso en la frente.

Ella fué desde entonces la más fuerte y la que alentó á los demás con palabras de consuelo. Nuestra suerte, decía, está en las manos del Señor. Bendita sea su santa voluntad.

Y abrazando á su esposoly besando á sus hijas que