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VII
y sus cuentos

lector que viéndole descuidar sus estudios acabó por repudiarle.

Abandonado á sí mismo, buscó consuelo á sus pesares escribiendo para la escena. Sus obras La capilla del bosque, Los bandidos de Vissemberg, y algunas otras pasaron al teatro, pero volvieron á sa casa sin ser representadas. En ciertas reuniones le recibían sólo para divertirse con sus rarezas y genialidades, en otras le protegían débilmente, algunas le cerraban sus puertas. Transcurría el tiempo, y su situación era cada vez más precaria. Un día reunió todas sus fuerzas, puso mano á la pluma y escribió una nueva tragedia titulada Afsol, de la cual quedó por todo extremo satisfecho.

La leyó al preboste Gutfeldt y á éste le pareció, bien. Con una carta de recomendación que le proporcionó el preboste se fué á ver á Collín, director del teatro, quien aunque le habló con ruda franqueza y destruyó el castillo de sus ilusiones diciéndole que la tragedia era irrepresentable, supo ver en ella algunos fragmentos que revelaban buenas disposiciones; y deseoso de proteger seriamente á su joven y desgraciado autor, obtuvo para éste del rey D. Federico VI una beca en el colegio de Slagelsée.

Allí empezó Cristián Andersen sus estudios: tenía 19 años, y sus condiscípulos, el que más, no pasaba de 10. Estudió con afan y aprovechamiento latín, griego y humanidades, saludó las matemáticas, por las cuales ¡cosa extraña! tenía singulares disposiciones, y en breve se dió á conocer con una poesía «El niño moribundo» que obtuvo un éxito asombroso. Sin embargo, la vida de colegio fué para Andersen un continuado martirio, sobre todo por verse privado de los consuelos de la amistad y principalmente por el carácter quisquilloso de alguno de sus profesores.

Sufrió los exámenes, saliendo muy airoso, y entró en 1828 en la universidad de Copenhague donde