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VI
Andersen

sidad ó quizás para divertirse un rato que con el deseo de auxiliarle. Sin embargo, los tres eran artistas y á fuer de tales, hombres dotados de sentimiento y de buen corazón; Andersen cantó y Siboni al oirle quedó tan prendado de su voz; que prometió recibirle en sus clases. El poeta le oyó recitar una elegía, y viendo anublarse sus ojos por el llanto, no pudo contener su emoción y le dijo:

—«¡Bravo, muchacho! Yo te lo predigo. Tú llegarás á ser algo.»

Tan grato recibimiento terminó con una colecta en favor del pobre Cristián que produjo unos setenta escudos. Pero ¡oh desgracia! vino el invierno y el alumno de Siboni tuvo que pasarlo con un mal traje de verano, pilló un resfriado, se puso ronco y perdió la voz.

No por eso desmayó el pobre muchacho. Fué á ver al poeta Guldberg, emparentado con algunos conocidos suyos de Odensea, y le enseñó unos versos. Guldberg le aconsejó que antes de escribir estudiara gramática; pero compadecido de él le proporcionó algunos recursos, y vista su afición al teatro. le recomendó á Lindgreen, primer actor del Teatro Real, para que le diera algunas lecciones de declamación; mas éste á los pocos días se desentendía de este empeño declarando que Cristián no servía para la escena, por lo que aconsejaba á su protector que le dedicara á estudiar latín.

Así lo hizo Guldberg lleno de buena fe, pero Andersen llevado de su decidida vocación por el teatro, ya que no podía ser cantante ni actor, pasó por ser bailarín, y no sólo recibió algunas lecciones de Dahlen, sino que figuró en una obra desempeñando un papel secundario. Tampoco el baile era su suerte., de modo que sufrió una larga temporada de miseria y abandono, hasta que habiendo recobrado la voz, figuró durante algún tiempo en el cuerpo de coros, con no poco disgusto de su pro-