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V
y sus cuentos

Con trece escudos en el bolsillo, un pequeño lío debajo del brazo y una tarjeta de recomendación para la señora Schall, primera bailarina del Teatro Real, que, sin conocerla de vista siquiera, le había dado cierto impresor de Odensea, para quitárselo de delante, llegó Andersen á la capital el día 5 de setiembre de 1819.

Describir sus apuros, sus tentativas, sus ilusiones, sus desencantos, sería tarea harto prolija, aunque nada enojosa. Víctima del hambre y la desnudez, veía frustarse sus mejores proyectos. Deseaba ser cómico, y no habiendo dado resultado la recomendación que trajo para la célebre bailarina, un día se presentó al director de cierto teatro pidiéndole que le contratara.

—Está usted demasiado flaco, le dijo el director.

—Pues bien, contestó Cristián, señáleme usted cien escudos, y no se apure: el engordarme corre de mi cuenta.

El director le dió á entender que en su teatro no admitían sino á las personas instruídas.

Agotado su pequeño caudal, y 'despues de recorrer los anuncios de los periódicos en busca de colocación, entró de aprendiz en un taller de carpintero; pero no pudiendo tolerar las burlas groseras de los oficiales, tuvo que dejar el oficio á los pocos días.

No le quedaba otro recurso que volver á su ciudad natal; pero ante la idea de que iba á ser objeto de la rechifla de sus compatricios, resolvió antes morir de hambre heróicamente, que regresar á Odensea. Entonces recordó haber leído en un periódico que un italiano llamado Siboni era director del Conservatorio de Música, y animado con la idea de que poseía muy buena voz, tuvo la corazonada de fir á verle á su casa. Le encontró comiendo con el compositor Weyse y el célebre poeta Baggesen, y á los postres le recibieron, más por curio-