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Cinco guisantes

su suerte, y era muy buena, cuando se quedaba sola en la habitación, mientras su madre trabajaba fuera durante todo el día.

Renació la primavera, y en una de esas mañanas encantadoras, en el momento en que la madre se disponía á salir como de costumbre, el sol lanzó sus primeros rayos dulces y alegres á través de la ventana hasta caer muy cerca de la cama en que yacía la pobre enferma. Esta tendió sus miradas á los cristales y dijo:

—«Mamá, ¿qué es aquella cosa verde de la ventana que se balancea, mecida por el viento?»

La buena mujer entreabrió la ventana, y contestó:

—«Toma, es un guisante que ha germinado aquí, y está lleno de hojitas verdes. Vé á saber ahora cómo ha venido á meterse en esta hendidura. Ea, alégrate, hija mía, esa mata será tu jardincito y te distraerá, cuando te quedes sola en casa.»

Y arrimó suavemente á la ventana el lecho de la pobre enferma, para que ésta pudiese observar el crecimiento del guisante, después de lo cual se fué á trabajar como de costumbre.

Al caer de la tarde estaba de regreso.

—«Mamá, le dijo su hija, conozco que voy á restablecerme: el sol con su benéfico calor me ha reanimado. Veo que el guisante va bien y yo haré como el guisante: me levantaré de la cama y daré las gracias á ese sol tan bueno que me devuelve la vida.»

—«Dios lo quiera,» contestó la madre que no podía imaginar tanta ventura. No obstante, rebosaba agradecimiento hacia el pequeño tallo verde que acababa de infundir cuando menos en el ánimo de su hija ideas tan placenteras, y para evitar que el viento lo tronchara púsole una caña por apoyo y además un hilo para que á medida que fuese desarrollándose pudiese trepar y enroscarse á su sabor. Como es natural, el guisante no desperdició tan buenos cuidados.