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Cinco guisantes

Y si bien lograron deslizarse de entre las manos del chico, éste los recogió, los puso á entrambos en su cañonera y los disparó á un tiempo.

«Mejor que mejor, dijeron al salir; así podremos ayudarnos mutuamente, y nos cabrá otra suerte muy distinta que á nuestros hermanos.»

—«Lo que haya de suceder sucederá,» repitió el último guisante, que era el mayor y más sensato de los cinco, y fué á caer, dispersado como los precedentes, sobre el tejado de la casa vecina, encajándose justamente en la hendidura de una vieja tabla puesta al pie de la ventana de una bohardilla. Allí encontró casualmente un poquito de musgo y otro poquito de tierra; y oculto entre el musgo no le veía nadie sino Dios que no debía olvidarle.

—«Sucederá lo que deba suceder,» dijo por tercera vez con santa resignación.

Veamos que sucedió. En la reducida bohardilla habitaba una pobre mujer fuerte y hacendosa, la cual durante el día lavaba vajilla, salía á cortar leña y hacía otros trabajos por el estilo penosos á cual más, sin lograr vencer nunca su pobreza. Dejaba en su casa, sepultada en el lecho, á una hija algo crecidita, y tan hermosa como delicada, enferma hacía más de un año, la cual venía luchando entre la vida y la muerte, sin que la muerte ni la vida al parecer se decidieran á llevársela.

—«Al fin irá á reunirse con su hermanita, pensaba su madre de vez en cuando. Dos hijas tenía, que debiendo educarlas, eran tal vez para mí una carga harto excesiva. Dios es bueno y se prestó á compartirla conmigo, llevándose una. ¡Ay de mí! A lo menos que me deje la que me ha quedado. Pero quizás considera mejor reunirlas en el cielo, y si es así voy á quedarme sola y abandonada.»

Pero la niña no acababa de despedirse del mundo: sufría con paciencia y resignación sin murmurar de