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La bujía y la vela

cuando dijo: «Debo ir al baile y me pondrán un cinturón adornado con bollos de seda encarnada.»

—«Será sin duda una gran cosa eso de comer patatas fritas,» pensó la vela, la cual estaba no poco encantada de haber vuelto á ver el brillo luminoso de unos ojos infantiles, y para atestiguar su satisfacción volvió á chisporrotear, tal como lo había hecho anteriormente, al dar suelta á su disgusto, pues las velas no tienen más que un lenguaje para expresar sus sentimientos.

Pusieron la mesa y aparecieron las patatas fritas. ¡Qué suculento festín! Por postres recibió cada niño una manzana, y cuando acabaron de comer la pequeñita recitó la oración: «Dios mío: te damos las gracias por tus dones y bondades. Amén.»

—«Mamá, añadió, ¿no es verdad que hoy la he dicho bien?

—«No has de hablar de ti, ni has de pensar más que en Dios nuestro Señor, que esta noche se ha dignado concedernos una cena tan deliciossa.»

La viuda llevó á sus hijos á la cama y después de dar un beso en la frente de cada uno se durmieron como unos ángeles. Volvió ella á sentarse al velador, y hasta una hora muy avanzada trabajó en la costura, llena de brío pensando en sus hijos.

En la rica casa de enfrente, arañas y candelabros centelleaban; continuaban oyéndose los acordes de la alegre y animada orquesta; en cambio desde el cielo la luna repartía su luz por un igual sobre la morada de los ricos y la de los pobres.

—«Agradable ha sido la noche, se dijo la vela, y hasta dudo que la bujía la haya pasado mejor, metida en su recipiente de plata. Esto es lo que quisiera saber antes de que acabe de consumirse mi último cabo.»

Al apagarse tuvo una visión. Apareciéronsele los ojos de entrambas niñas animados del mismo res-