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La bujía y la vela

Estoy contenta de mi suerte, y si bien reconozco que es mucho más distinguido ser de cera que de sebo, ya sabes tú que nadie en el mundo está en el caso de escoger su nacimiento. Por lo tanto, si tú te pavoneas en el salón instalada en un candelabro ó en una araña de cristal, el lugar que á mí me asignan es la cocina, y no es tan despreciable la cocina, puesto que sin ella ¿cómo podría subsistir la casa? ¿cómo comerían nuestros amos?

—¡Comer! repuso la bujía. ¿Y qué significa comer? Comer es uno de los detalles más insignificantes de la vida. Lo esencial es la sociedad, son las visitas, las reuniones, los bailes, las tertulias, esta es la verdadera existencia: brillar y ver brillar á los demás; para esto hemos nacido, y éste es el espectáculo que yo presencio á todas horas. Así, en el baile de esta noche, yo permaneceré en el salón con todas mis hermanas.

En efecto, aquel día echaron mano de todo el repuesto de bujías; pero también se llevaron la vela, y por cierto que fué la dueña de la casa, una gran señora, una condesa, quien se dignó tomarla con sus delicadas manos y llevarla á la cocina, en cuyo sitio esperaba un pobre niño con un cesto, que la dama mandó llenar de patatas, agregando á esta provisión una libra de manteca y algunas frutas.

—«Llévalo á tu madre, hijo mío, y entrégale además esa vela: he sabido que trabaja hasta una hora muy avanzada de la noche, y no dudo que le vendrá bien.»

A estas palabras penetró en la cocina la nietecita de la señora y exclamó llena de alborozo:—«También yo estaré despierta hasta muy tarde, pues debo ir al baile y me pondrán un cinturón adornado con bollos de seda encarnada.»

¡Cuánta alegría irradiaba el hermoso semblante de la niña! No hay bujía en el mundo, cuya luz pueda compararse con el brillo de unos ojos infantiles.