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Segundo Huarpe

vió al padre prior que salía de su celda para decir su primera misa, corrió hacia él y postrándose le dijo:

—Padre. Anoche robaron las balas de las torres y yo no lo pude evitar!...

El prior quedó azorado.— Han robado las balas..., balbuceó —. Y siguió su camino, mientras el hermano José permanecía de hinojos.

Levantóse al fin el lego con la cabeza ardiendo, tembloroso, y se echó en un escaño, como aturdido... Pero comenzaban ya a entrar chorros de sol por los viejos ventanales. El hermano José miró la luz y su semblante comenzó a colorearse, sus manos frías comenzaron a calentarse... y parecía que en su cabeza abríanse también ventanales con sol... Dió entonces un salto. Dudaba... No sería todo un sueño?... Echó a correr en dirección a la calle, tropezó con el viejo portero y le tumbó. Llegó al atrio, miró hacia las torres, y vió las balas, negras, inmóviles, destacándose como lunares en lo blanco de la fachada. Fuése como una flecha en busca del prior, y, cuando estuvo en su presencia, se postró y le dijo:

—Perdón!... Perdón, padre prior!... Todo fué un sueño... no robaron las balas... Es que pasé mal la noche... comí albóndigas y me hicieron daño...

—Levanta, hermano José, levanta. ¿De qué pides perdón?, le dijo el prior. Si un sueño es una cosa ajena a nuestra voluntad... Efectivamente, el hermano Benedicto hizo ayer un poco durillas las albóndigas. Yo lo pasé también mal: soñé toda la noche que daba tacazos y tacazos sin poder hacer una carambola...