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Cuentos cortos

roban todo, Ramires (a) el "Sapo", comenzó a sentir una inclinación irresistible al hurto de Juana.

Pero la modista no se dejó hurtar de golpe. Ella debía observar el efecto que en el "Zurdo" producían los requiebros del "Sapo"; y cuando estuvo segura de que los ladrones no eran celosos, se entregó al "Sapo" como si fuera un objeto robado.

Quedábale el más joven, el movedizo y parlanchín García. La modista se sabía por madura experiencia como se hace caer a un inexperto. Y cayó García.

Pronto los ladrones comprendieron que se estaban robando mutuamente la felicidad. Y se sonrieron. La modista se sonrió también y el pacto quedó establecido.

Un día nuestros caballeros de industria festejaban la consumación de un delito. Se estaba de sobremesa. Se había bebido y se vagaba en el campo afectivo. "A mí, dijo García, me gusta Juana porque se parece a las figuras de las monedas". "A mí no me gusta por eso, dijo el "Sapo"; me gusta porque se parece a una novia que quise mucho." Yo, dijo el "Zurdo", la encuentro parecida a una vírgen que ví una vez en una iglesia".

—Vaya..., dijo Juana, quitándose el cigarrillo de la boca, quiere decir que yo tengo tres caras...

—Naturalmente, repuso el "Zurdo", y si así no fucra, acaso los tres no te quisiéramos tanto.

Cinco años transcurrieron en la casa de los ladrones en los cuales la modista pasó la mejor época de su vida. Pero un día la desgracia golpeó a la puerta con sus fríos nudillos. El "Zurdo" cayó enfermo de una tifoidea que se lo llevó en pocos días. El "Sapo", al parecer, se contagió y murió también. Para colmo, García, el más joven, salió un día de casa y no volvió más.

La pobre Juana enfermó de tristeza. La beneficen-