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Segundo Huarpe

jas y blancas y dieron gracia y brillo a sus relamidos peinados con agujas de oro y de plata.

Cayó la primera cabeza. Faltaba la de Zint-ching. La multitud estaba anhelosa. "Hablará?"... "Se salvará?"... El filósofo avanzó un paso, entregóse mudo al verdugo. Cuando éste iba a dar el golpe, levantó un brazo, como diciendo: "Espera!"... Un ahh!!... de alivio corrió por todos los pechos. Zint-ching paseó una mirada yerta por el ondulante gentío, y con solemne gesto puso el índice verticalmente sobre los labios. Silencio!!..., gritaron las cortesanas. Y la cabeza del chino cayó en el agua inmóvil, verdosa, inmunda de la orilla.