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Segundo Huarpe

casa, ahora se escapa a la puerta; hasta se permite hacer juntas en el zaguán.

Era así, en efecto. Una vez que visitaba enfermos divisé a "Remigio" en un congreso perruno que se había adueñado del centro de una plazuela. Le llamé, y, al verme, echó a correr y no paró hasta casa. Claro que allá hubo de chicotazos y orden terminante a los criados que se le vigilara.

Vivía en el barrio un señor de exquisito trato (francés) con quien nos encontrábamos a menudo en la calle. Un día me dijo: — Vd. tiene un perro muy callejero; siempre lo encuentro a la puerta de mi casa.

—Es posible... le dije.

— Yo tengo también una perrilla que cuido mucho, continuó mi vecino; no la dejo salir de casa. La llamo "Chérie". Y, como buen padre, agregó sonriendo, deseo para ella una prole que la honre.

Pasó de esto una semana y noté que aquel buen señor no me saludaba con la cordialidad de antes. "Es el perro", me dije; es "Remigio"... Pensé que nuestra conversación había sido por parte de mi vecino como una prevención.

Hice presente a la servidumbre que "Remigio" no debía salir de casa so pena de pérdida de la ocupación de quien resultara culpable.

Dos días después pasaba yo una noche por casa del frances y se me ocurrió mirar hacia adentro; cuál no sería mi sorpresa al ver a "Remigio" y a "Chérie" ocultos detrás de la puerta, asomando sus hermosas cabezas a la claridad de la luna. Me detuve indeciso.

"Remigio" me miró y bajó la cabeza, como diciendo:

—Y bueno, pues...