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La Leyenda del Valle Encantado

camino entre unas matas de zarzas y malezas de toda dase. Íchabod hizo uso entonces del látigo y los talones contra los flancos hambrientos del viejo Gunpowder que se lanzó de frente resoplando y bufando, pero para detenerse justamente delante el puente, tan de súbito, que casi arroja al jinete por las orejas. En este preciso instante el sensible oído de Íchabod percibió un pesado chapoteo hacia el lado del puente. Entre la obscura sombra de la arboleda a orillas del arroyo, vió algo inmenso, informe y de altura desmesurada. No se movía, sino que parecía recogerse en las tinieblas como algún monstruo gigantesco pronto a lanzarse sobre el viajero.

El cabello del despavorido pedagogo se erizaba a impulsos del terror. ¿Qué podía hacer? Era demasiado tarde para volver riendas y además, ¿qué probabilidades tenía de escapar a un duende o aparecido, si tal era, que podría cabalgar en alas de los vientos? Reuniendo su valor, preguntó con voz temblorosa: "¿Quién sois?" No recibió respuesta. Repitió su pregunta con voz aun más agitada. Tampoco obtuvo contestación. Azotó de nuevo los ijares del inflexible Gunpowder y cerrando los ojos rompió a entonar un salmo con involuntario fervor. Precisamente en aquel momentó el sombrío objeto de alarma se puso en movimiento y lanzándose de un bote plantóse en medio del camino. Aun cuando la noche era lóbrega y siniestra podía discernirse en cierto grado la figura del desconocido. Aparentaba ser un jinete de grandes dimensiones montado en un