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La Leyenda del Valle Encantado

ción de ponerle en ridículo delante de su dama, y tenía un canalla de perro a quien había enseñado a aullar de la manera más irritante y al cual presentaba como rival de Íchabod para enseñar a Katrina la salmodia.

En esta forma marcharon los asuntos por algún tiempo sin producir efectos sensibles en la respectiva situación de los poderes beligerantes. Una hermosa tarde de otoño encontrábase Íchabod muy pensativo, entronizado en el alto escabel desde donde dominaba generalmente todos los incidentes de su pequeño reino de las letras. Balanceaba en su mano una férula, cetro de su despótico poder; la varilla justiciera, terror constante de los malhechores, reposaba en tres clavos detrás del trono, mientras sobre el escritorio podían verse diversos artículos de contrabando y armas prohibidas, como manzanas mordidas, cerbatanas, perinolas, jaulas de moscas y legiones enteras de exuberantes gallitos de papeL, decomisados sobre la persona de aquellos holgazanes bribonzuelos. A todas luces, había tenido lugar hacía poco algún tremebundo acto de justicia, porque los escolares estaban intensamente atareados con sus libros o cuchicheaban tras ellos a hurtadillas con ojo avizor sobre el maestro; y una especie de latente zumbido reinaba en toda la sala de clase. Bruscamente el silencio se interrumpió con la aparición de un negro, vestido de chaqueta y calzón de cáñamo, con un fragmento redondo de copa de sombrero semejando el gorro de Mercurio, y montado en un potro esmirriado, salvaje y cojItranco, al que manejaba con una soga