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La Leyenda del Valle Encantado

menea, sobre la cual veíanse suspendidas hileras de huevos de diversos colores; un gran huevo de aveztruz campeaba pendiente en el centro de la pieza; y un gran anaquel, abierto intencionadamente, desplegaba inmensos tesoros de plata antigua y porcelana bien conservada de la China.

Desde el momento en que Íchabod reposó sus miradas en aquellas escenas deleitosas desapareció la paz de su espíritu, y todo su estudio concentróse en descubrir la manera de ganar el afecto de la sin par hija de Van Tássel. Tropezaba, sin embargo, para esta empresa con dificultades mayores de las que acostumbrara vencer el enjambre de caballeros errantes de antaño que sólo combatían con gigantes, encantadores, fieros dragones y otros adversarios de este jaez, fáciles de dominar; viéndose obligados solamente a abrirse paso a través de puertas de hierros y bronce, y muros de adamanto, para llegar al castillo encantado donde se hallaba confinada la dama de sus pensamientos; hazañas todas que realizaban tan fácilmente como quien abre una vía hasta el fondo de un pastel de Navidad, encontrando al cabo que la dama les otorgaba su mano como cosa convenida con anterioridad. Íchabod, por el contrario, tenía que ganar el corazón de una coqueta de aldea, perdido en un laberinto de caprichos y extravagancias que ofrecían cada vez nuevas dificultades y estorbos; y hacer frente, además, a una legión de adversarios de carne y hueso, los rústicos y numerosos admiradores de Katrina, que sitiaban todos los accesos a