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Cuentos Clásicos del Norte

"Seguramente," pensó Rip, "no he dormido aquí toda la noche." Rememoró los sucesos antes de que el sueño le acometiera: el hombre extraño con el barril de licor; la hondonada de la montaña; el agreste retiro entre las rocas; la tétrica partida de bolos; el frasco. . . . "¡Oh, ese frasco, ese condenado frasco!" pensó Rip. "¿Qué excusa daré a la señora Van Winkle?"

Buscó su fusil al rededor; pero en vez de la limpia y bien aceitada escopeta de caza halló una vieja arma con el cañón obstruido por el polvo, el gatillo cayéndose y la madera roída por la polilla. Sospechó entonces que los graves fanfarrones de la montaña le habían jugado una pasada y, embriagándole con su licor, le habían robado la escopeta. Wolf había desaparecido también; pero era posible que se hubiera extraviado persiguiendo alguna ardilla o alguna perdiz. Le silbó y llamó a gritos por su nombre, pero en vano; los ecos repitieron su silbido y su llamada, pero ningún perro apareció en lontananza.

Determinó entonces regresar al lugar donde se había realizado la broma de la noche anterior y si encontraba a alguno de la partida, reclamarle su perro y su fusil. Cuando se levantó, encontróse con las articulaciones rígidas y falto de su acostumbrada actividad. "Estos lechos de montaña no me sientan bien," pensó Rip, "y si la broma me resulta en reumatismo, voy a tener un tiempo bendito con la señora Van Winkle." Con bastante dificultad pudo llegar hasta el valle y encontró la garganta por donde él y su compañero subieron