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Rip Van winkle

placer más melancólica que pudiera presenciarse. Sólo interrumpía el silencio el ruido de los bolos, cuyo rodar repercutían los ecos a través de la montaña semejando el rumor ondulante de los truenos.

Cuando Rip y su compañero se aproximaron, los jugadores abandonaron súbitamente el juego y fijaron en el primero una mirada tan persistente, tan sepulcral, con tan singular y apagado continente, que sus rodillas se entrechocaron y el corazón le dio un vuelco dentro del pecho. Su compañero vaciaba entretanto el contenido del barril en grandes frascos, haciéndole señas de que sirviera a la compañía. Rip obedeció trémulo y asustado; bebieron ellos el licor en profundo silencio, volviendo luego a su juego.

Poco a poco fueron desapareciendo el terror y las aprensiones de Rip. Aun se aventuró a probar el licor cuando nadie le miraba, encontrando que tenía mucho del sabor de excelente holanda. Sediento por naturaleza, pronto sintió la tentación de repetir la prueba. Un trago provocaba otro trago; e hizo al fin al frasco visitas tan reiteradas, que sus sentidos se adormecieron, sus ojos nadaron en sus órbitas, su cabeza inclinóse gradualmente y quedó sumergido en profundo sueño.

Al despertar, encontróse en la verde hondonada donde vio por primera vez al viejo del valle. Se frotó los ojos. Era una brillante y hermosa mañana. Los pajarllos gorjeaban y revoloteaban entre la fronda, el águila formaba circulos en la altura, y se respiraba la brisa pura de las montañas.