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El Hombre sin Patria

la baqueta de un fusil en la mano; y, como si hubiera sido el oficial de mando, expresó con autoridad quiénes debían ir al sollado con los heridos y quiénes debían permanecer con él; completamente tranquilo y con aquel aire de seguridad que hace sentir a los demás que todo marcha perfectamente. Cargo en seguida el cañón con sus propias manos, apuntó y dio la orden de fuego. Permaneció allí, capitán de aquella batería, levantando el espíritu de sus hombres hasta la destrucción del enemigo; sentado en la cureña mientras el cañón se enfriaba, aunque estaba expuesto a todo instante; explicando la manera más sencilla de preparar las descargas pesadas; haciendo que los inexpertos rieran de sus propias chambonadas; y cuando el cañón estaba frío, cargándolo de nuevo y disparando con rapidez dos veces mayor que cualquiera otra batería del buque. El capitán rondaba para alentar a sus hombres, y Nolan, tocando su sombrero, dijo:

—Estoy aquí enseñándoles cómo hacemos esto en la artillería, señor.—

Y en esta parte de la historia concuerdan todas las leyendas; que el comodoro dijo:

—Ya lo veo y os lo agradezco, señor; y nunca olvidaré este día, señor, ni vos tampoco lo olvidaréis.—

Y después que todo hubo pasado y que recibió la espada del inglés, en medio del fausto y ceremonia del alcázar, el comodoro exclamó:

—¿Dónde está Mr. Nolan? Decid al señor Nolan que venga acá.—