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El Hombre sin Patria

En este momento todos deseaban en sus adentros que hubiera forma de saltar dos páginas del poema; pero Nolan no tuvo presencia de ánimo para esto; tartamudeó un poco, volvióse color de escarlata y balbuceó:

Para él no entona el ministril sus trovas;
a pesar de sus títulos, su nombre famoso,
riquezas sin número, cuanto el deseo puede forjar,
aquel infeliz, dentro de sí concentrado. . .

Y aquí se ahogó el desgraciado; no pudo continuar; y levantándose precipitadamente, arrojó el libro al mar, desapareció en su camarote, "y ¡por Júpiter!" decía Phillips, "no le vimos más por espacio de dos meses. Y yo tuve que inventar una triste historia para explicar al cirujano inglés por qué me era imposible devolverle su Wálter Scott."

Esta anécdota revela más o menos el tiempo en que la fanfarronería de Nolan se había venido abajo. Al principio, decían, era altanero, consideraba una farsa su prisión, afectaba gozar con el viaje, y así en lo demás; pero, dice Phillips, que cuando volvió a salir de su camarote no era ya el mismo hombre. Jamás leyó en voz alta otra vez, a menos que fuera la Biblia o algo de Shákespeare o cualquiera otra cosa de que estuviese muy seguro. Pero no fué esto solamente. Jamás volvió a mostrar con los jóvenes el compañerismo de otros tiempos. Siempre era tímido después cuando yo le conocí, hablaba rara vez y sólo para contestar, excepto con unos pocos amigos. Entusiasmábase en contadas ocasiones —recuerdo