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El Hombre sin Patria

el uniforme que vestía y la espada que llevaba al costado. Nada, mi pobre Nolan; solamente porque los "Estados Unidos" os habían aceptado entre los primeros como uno de sus leales hombres de honor, aquel "A. Burr" se preocupaba de vos un pelo más que de los hombres de su chata que izaban la vela de la embarcación.

No excuso a Nolan; explico simplemente al lector por qué enviaba al diablo a su patria y deseaba no volver a oír hablar de ella jamás.

Sólo volvió a oír el nombre de su patria una vez después de aquellas palabras. Desde aquel instante, el 23 de septiembre de 1807, hasta el día en que murió, 11 de mayo de 1863, jamás oyó nombrar de nuevo a los Estados Unidos. Durante este largo medio siglo fué un hombre sin patria.

El viejo Morgan, como he dicho, sintióse terriblemente ofendido. Si Nolan hubiera comparado a George Wáshington con Bénedict Árnold, o gritado "¡Dios guarde al rey George!" no habría quedado Morgan más dolorosamente impresionado. Transladó la corte marcial a sus habitaciones particulares, y volvió al cabo de quince minutos con el rostro más blanco que un sudario, para decir:

"¡Prisionero, escuchad la sentencia del tribunal! El tribunal decide, sujeto a la aprobación del presidente, que jamás volváis a oír el nombre de los Estados Unidos."

Nolan soltó una carcajada. Pero nadie le imitó. El tono del viejo Morgan había sido demasiado solenme, y todo el cuarto quedó en silencio mortal