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Cuentos Clásicos del Norte

prevaricación, veíase en la imposibilidad de obedecer a la llamada. Era demasiado tarde para invocar la asistencia de los amigos de Róger Malvin para llevar a cabo el entierro diferido por tanto tiempo; y el supersticioso temor a que eran dados más que nadie los colonos extranjeros, retraía a Rubén de aventurarse solo en esta empresa. No sabía siquiera hacia qué lado de la inmensa selva debía buscar la bruñida roca con sus fantásticos caracteres, a cuya base yacía el insepulto cadáver: sus recuerdos de todo el viaje eran muy indistintos, y la última parte no había dejado impresión alguna en su memoria. Sentía, sin embargo, un impulso constante, una voz perceptible sólo a sus oídos, que le ordenaba volver y redimir su promesa; y tenía la convicción extraordinaria de que, al tratar de efectuarlo, llegaría directamente hasta los restos de Malvin. Mas año tras año seguía desobedeciendo esta intimación desoída aunque sentida. Este único y secreto pensamiento llegó a convertirse en una cadena que liaba su espíritu y roía su corazón como una serpiente, transformándole poco a poco en un hombre irritable, melancólico y abatido.

En el transcurso de algunos años de matrimonio, se presentaron notables cambios en la prosperidad de Rubén y Dorcas. Toda la riqueza del primero había consistido en su corazón sano y sus brazos robustos, mientras Dorcas, única heredera de su padre, hizo dueño a su esposo de una granja cultivada de antiguo, más extensa y mejor provista que la mayor parte de los estable-