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El Entierro de Róger Malvin

Deploraba amarga y profundamente la cobardía moral que había retenido sus palabras cuando estuvo a punto de confesar la verdad a Dorcas; pero el orgullo, el temor de perder su cariño, la obsesión del desprecio general, impidiéronle rectificar la falsedad. Comprendía que no era acreedor a censura alguna por haberse separado de Róger Malvin. Su presencia, el sacrificio gratuito de su vida, habría agregado solamente una nueva angustia a los últimos momentos del moribundo; pero al disimular este hecho justificable, le había prestado la apariencia misteriosa de una falta; de manera que Rubén, a quien su razón decía haber procedido honradamente, experimentaba, sin embargo, en alto grado los terrores mentales que constituyen la expiación de todo aquel que ha perpetrado un crimen oculto. Por efecto de cierta asociación de ideas llegaba hasta considerarse a veces casi un asesino. Durante muchos años, también, le asaltaba de repente una idea que no podía arrojar por completo de su mente aun cuando comprendía toda su insensatez y extravagancia. Tenía la obsesión torturadora de que su suegro permanecía aun sentado al pie de la roca, sobre las marchitas hojas, vivo y aguardando el socorro que había implorado. Estas alucinaciones mentales, aparecían y desaparecían sin que, a pesar de todo, jamás, las hubiera tomado Rubén por realidades; pero cuando su ánimo estaba tranquilo y despejado, sentíase consciente de haber faltado a una promesa solemne, y de que un cuerpo insepulto clamaba por él desde el desierto. Mas, a consecuencia de su