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El Entierro de Róger Malvin

resistir la fatiga como en la fuerza de la juventud, a no ser por el efecto de sus heridas. La languidez y el agotamiento se revelaban en sus macilentas facciones; y la mirada desolada que arrojó a las profundidades de la selva manifestaba la íntima convicción de que su peregrinaje había terminado. Volvió en seguida los ojos al compañero que estaba acostado al lado suyo. Era un joven que apenas habría alcanzado la edad viril, y yacía, con la cabeza sobre el brazo, entregado a un sueño intranquilo, que un estremecimiento causado por el dolor de sus heridas parecía a cada instante a punto de romper. Su mano derecha asía un fusil; y a juzgar por el juego violento de sus facciones, su sueño le mostraba de nuevo la visión del conflicto del cual era uno de los escasos sobrevivientes. Un grito, agudo y fuerte sin duda en su soñadora fantasía, llegó a sus labios en vago murmullo; y, estremeciéndose a este ligero eco de su propia voz, despertó repentinamente. Su primera preocupación al recobrar sus sentidos fué preguntar ansiosamente por el estado de su compañero herido. Éste sacudió la cabeza.

—Rubén, hijo mío, —dijo, —esta roca tras de la cual nos encontramos servirá de piedra tumularia a un viejo cazador. Hay todavía largas millas de tétrica soledad ante nosotros; y sería lo mismo para mí aun cuando el humo de la propia chimenea de mi casa estuviera al extremo de esta ondulación del terreno. Las balas indias son más mortíferas de lo que yo pensaba.

—Estáis débil por efecto de nuestra caminata