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Cuentos Clásicos del Norte

entre Feathertop y el comerciante, pasa en busca de la linda Polly Gookin. Era ésta una damisela de suaves y redondeadas formas, cabello rubio, ojos azules y bello rostro sonrosado, ni demasiado ingenuo, ni demasiado perspicaz. La joven descubrió por la ventana al brillante extranjero que se encontraba a la puerta y, preparándose para la entrevista, se acicaló inmediatamente con una cofia de encajes, un collar de cuentas, su pañuelo más hermoso y su falda de damasco de la mejor calidad. Mientras se apresuraba a bajar de su aposento al salón, mirábase en los grandes espejos ensayando lindos modales, ya una sonrisa, ya cierta dignidad ceremoniosa, ya una sonrisa más dulce que la primera, mientras besaba su mano, moviendo la cabeza y manejando el abanico; en tanto que, dentro del espejo, una insignificante doncellica repetía todos sus ademanes y gestos ridículos sin lograr que Polly se avergonzara de ellos. En suma, si la linda Polly no llegaba a producir ilusión tan completa como el ilustre Feathertop, era culpa de su poca habilidad y no de su poca voluntad para conseguirlo; de manera que al demostrar así su simplicidad, no era aventurado suponer que el fantasma creado por la hechicera pudiera conquistarla.

Apenas oyó Polly el ruido de los pasos gotosos de su padre, aproximándose a la puerta del salón acompañados del rígido resonar de los zapatos de altos tacones de Feathertop, sentóse recta como una flecha y comenzó inocentemente a entonar una canción.