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Cuentos Clásicos del Norte

en los puños volantes de encaje de delicadeza etérea, delatando a las claras cuan ociosas y aristocráticas debían ser las manos que ocultaban a medias.

Circunstancia digna de notarse en el continente de este brillante personaje, era que llevaba en la mano izquierda una pipa fantástica, con cabeza deliciosamente pintada y boquilla de ámbar. Aplicábala a sus labios cada cinco o seis pasos e inhalaba una profunda bocanada de humo que, después de retener un momento en sus pulmones, arrojaba en graciosos remolinos por la boca y la nariz.

Como es fácil imaginar, en toda la calle se trataba activamente de conocer el nombre del extranjero.

—Es, sin duda, algún gentilhombre de elevada alcurnia, —decía un vecino de la ciudad. —¿Veis la estrella que lleva sobre el pecho?

—¡No; vaya que es poco brillante para verse!— decía otro. —Sí; debe ser forzosamente un gentilhombre, como decís. Mas ¿qué ruta imagináis que su señoría haya tomado para venir acá? No ha llegado barco del viejo mundo desde el mes pasado; y si hubiera venido del sur por tierra, ¿queréis decirme dónde están sus criados y su equipaje?

—No necesita equipaje para establecer su alcurnia, —hizo observar un tercero. —Así se presentara en harapos, brillaría su nobleza a través de los agujeros de sus codos. Jamás he visto semejante dignidad de aspecto. Tiene la antigua sangre normanda en sus venas, lo juraría.

—Mas bien le tomaría por un holandés o un