pipa y parecía ahora continuar en esta ocupación por propio placer y no como condición indispensable para su existencia. Era maravilloso observar cuan extraordinariamente se asemejaba ahora a un ser humano. Sus ojos —que a este tiempo parecía ya tenerlos— estaban fijos en Mamá Rigby, y movía o inclinaba siempre la cabeza en el momento oportuno. Tampoco dejaban de acudir a sus labios las palabras propias para la ocasión: "¿Realmente? ¿En verdad? ¡Dígame, se lo ruego! ¿Es posible? ¡Palabra de honor! ¡De ninguna manera! ¡Oh! ¡Ah! ¡Jem!" y muchas otras exclamaciones de rigor que implican atención, interrogación, asentimiento o disentimiento de parte del oyente. Aun después de haberse encontrado por allí y haber visto fabricar desde el principio al espantajo, era difícil resistirse a la convicción de que el sujeto comprendía perfectamente el alcance de los astutos consejos que la vieja bruja depositaba en su remedo de oído. Mientras aplicaba con mayor entusiasmo sus labios a la pipa, su expresión se volvía más sagaz, sus gestos y ademanes adquirían mayor vida y su voz resonaba de manera más inteligible. Sus vestidos lucían también más y más con ilusoria magnificencia. La misma pipa en que ardía el conjuro de toda esta obra maestra, dejó de aparecer como un pesada artefacto de tierra ennegrecida para convertirse en un artístico objeto de espuma de mar con cabeza pintada y boquilla de ámbar.
Podría temerse, sin embargo, que dependiendo del vapor de la pipa la vida de esta ilusión, hubiera